El Castillo Blanco by Orhan Pamuk

El Castillo Blanco by Orhan Pamuk

Author:Orhan Pamuk
Language: es
Format: mobi
Published: 2011-10-16T22:00:00+00:00


8

En las semanas que siguieron a la epidemia, el Maestro no sólo consiguió que le elevaran a la categoría de gran astrólogo, sino que además logró una intimidad con el sultán mucho mayor de la que habíamos esperado durante años; el gran visir, después de aquel pequeño y fracasado levantamiento, le sugirió a la madre del sultán que ya era hora de que éste se deshiciera de todos aquellos bufones que se agrupaban a su alrededor, porque tanto los comerciantes como los jenízaros creían que los responsables de todos los desastres eran los sabihondos que con sus palabras vacuas habían desviado al sultán del buen camino. Así pues, los miembros del grupo del antiguo gran astrólogo Sitki Efendi, de quien se decía que también había tenido que ver en la conspiración, fueron expulsados de palacio, bien al destierro o bien en alguna misión oficial, y sus deberes pasaron a corresponderle al Maestro.

Ahora todos los días iba a cualquiera de los palacios en que se alojara el sultán, quien regularmente le reservaba parte de su tiempo, y hablaban. Al regresar a casa me describía su jornada con un sentimiento de emoción y victoria. Lo primero que hacía cada mañana era interpretar el sueño que el sultán hubiera tenido aquella noche. De entre todos los deberes con los que ahora debía cumplir quizá fuera éste el que más le gustaba: una mañana en que el sultán le confesó entristecido que no había soñado, le ofreció interpretar el sueño de otro, y como el soberano aceptó curioso la idea, buscaron entre los hombres de la guardia a alguno que hubiera tenido un buen sueño y lo llevaron ante su presencia y así fue como se convirtió en una costumbre irrenunciable comenzar el día con la interpretación de un sueño. El resto del tiempo, mientras caminaban por los patios o por los jardines a la sombra de enormes plátanos y ciclamores, o, a veces, paseaban en barca por el Bosforo, hablaban también de los amados animales del sultán y de los nuestros, imaginarios, por supuesto. Pero también le planteaba al sultán otros temas, de los que me hablaba entusiasmado: ¿cuál era la razón de las corrientes del Bosforo? ¿Qué había en la ordenada vida de las hormigas que valiera la pena que aprendiéramos? La piedra imán, ¿conseguía su fuerza de algo además de Dios? ¿Qué importancia tenía que las estrellas girasen así o asá? ¿Podía encontrarse en las vidas de los infieles algo de valor, aparte de sus herejías? ¿Era posible construir un arma que les hiciera huir como alma que lleva el diablo? Después de decirme que el sultán había escuchado todo aquello con mucho interés, se sentaba entusiasmado a la mesa y comenzaba a esbozar en los enormes y caros papeles que tenía para tal fin bocetos de largos cañones, de mecanismos de disparo que se ponían en marcha por sí solos y de armas con aspecto de animales diabólicos; y luego me invitaba a que me sentara yo también porque quería



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